Viaje de verano 2022: 1ª parte: Lisboa y Azores (Julio)

    Tras muchos meses y varios viajes después, hoy me decido a continuar con el blog después de varias incidencias personales que han mantenido mi mente apartada de la escritura durante algún tiempo.
    Rollos aparte, hoy os voy a hablar del viaje de este verano que, si no me equivoco, os va a sorprender por ser destinos, cuanto menos curiosos. Lisboa, Azores, Bermuda (lo escribo en inglés sin la –s final porque se trata de una sola isla) y Miami. Las dos últimas, a falta de Puerto Rico, forman el archiconocido y “misterioso” Triángulo de las Bermudas. ¿Y por qué estos destinos tan diferentes? Pues porque tienen muy buena comunicación aérea y además asequible. Si os fijáis en un mapa, es como dar pequeños saltos de gigante entre islas hasta cruzar el Atlántico.

    El viaje comienza en la sugerente y cada vez más turística Lisboa. Como ya la conocemos, nos dedicamos a caminar sin rumbo entre sus callejuelas, mercadillos y librerías. Lo que nunca cambia en la capital portuguesa es su magnífica comida, y sí, hay mundo más allá del bacalao.

Alfama

A la caza del tranvía
   
Junto a la Torre de Bélem

El demasiado hipster y comercial LxFactory


    Lo que uno encuentra en el rastro de Santa Ana
    
El museo de arquitectura

    Desde Lisboa volamos a las Azores, destino que ya hace tiempo teníamos la intención de visitar. De las nueve islas nos vamos a centrar en cinco, y para ello nada mejor que ir acompañado del apasionante libro “Las Islas Desconocidas” de Raul Brandão. Se trata de un libro de viajes escrito hace casi cien años en las que el autor “descubre” las Azores y Madeira a sus compatriotas. No hay nada como leer un capítulo sobre una determinada isla recorriendo ese mismo lugar.      

    La primera isla es Pico, llamada así por su volcán de más de dos mil metros y que es la montaña más alta de Portugal. Verde por la vegetación y negra por la lava, Pico es tan bonita como tranquila debido a que son pocos los habitantes y aún menos los turistas. Casi todos los núcleos urbanos son pequeñas pero encantadoras aldeas que hasta no hace tanto se dedicaban a la caza de las ballenas. De hecho, la última fue cazada en 1987, poniendo fin a una práctica que, aunque se realizaba de forma tradicional, acabó con la vida de miles de cachalotes. Es fascinante leer el capítulo que le dedica Raul Brandão a la caza de cetáceos en este archipiélago. Cada rincón de Pico tiene su pasado ballenero y no son pocos los museos o torres vigías que nos hablan de una tradición que afortunadamente se ha transformado; ahora es mucho más productivo enseñar cetáceos que matarlos. De hecho, una de las actividades obligatorias en Pico es apuntarse a una de las excursiones para observar la rica diversidad que habita las aguas de Pico. Está prácticamente garantizado ver cachalotes, delfines, y ballenas piloto. Son tres horas en el mar en zodiacs pequeñas y con grupos muy reducidos. Me ha gustado mucho que sean pocas las excursiones que salen cada día y que los encuentros con los cetáceos sean respetuosos. Todo está muy regulado y el impacto que les puede causar es mínimo, sobre todo si lo comparamos con las barbaridades que se hacen en países como Filipinas.  

    Aunque no hemos subido al volcán, en Pico se pueden hacer multitud de cosas: rutas por antiguos viñedos, por campos de lava prácticamente vacíos e incluso snorkel en la espectacular lava de Furnas de San Antonio. Otras de las cosas que nos ha encantado es comprar productos locales en puestos improvisados que se instalan en las plazas de algunas aldeas. El pan, como en el resto de Portugal, es espectacular, aunque aquí hay una variedad deliciosa hecha con harina de trigo y maíz. Mención aparte merece el alojamiento que hemos cogido en Santo Amaro, en el noreste de la isla. Las vistas al mar y a la isla de Sao Jorge son sobrecogedoras.  

Volcán de Pico


Entre lava


El Atlántico se hace notar

Haciendo ruticas



Flora

Viñas salvajes

Vista de la costa

Calerón gris sacando la cabeza

Delfines

Marta posando

Junto a la mandíbula de un cachalote

Descansando en un antiguo puerto ballenero

Alojamiento con vistas

El atardecer nos come

    Frente a Pico está la isla de Faial, tan solo a veinte minutos en ferri. En la parte oeste se encuentra la zona volcánica de Capelinhos, cuyo faro, único superviviente de la larga erupción de 1957 (¡duró trece meses!), tuvo mejor suerte que la aldea ballenera cercana. Las viviendas de Comprido fueron sepultadas por la ceniza, pero la erosión del viento ha dejado restos al descubierto. Tras ver multitud de fotos y algún vídeo de la erupción, y uno no puede evitar acordarse de la reciente erupción de la Palma.

   Si la zona de Capelhinos es parca en vegetación, el resto de la isla es todo lo contrario. Predomina el color verde de helechos, brezos y cedros, junto con el azul de las siempre presentes hortensias. De hecho, el escritor portugués del que os he hablado antes, Raul Brandão, la llamó la isla azul por sus “ríos de tinta azul”, refiriéndose a las hortensias. Aunque sin duda, el lugar más espectacular es la caldera que corona Faial. Al segundo intento hemos tenido suerte y se ha disipado la niebla, pudiendo rodear el antiguo cráter y admirar las preciosas vistas.

   Otro de los atractivos de la isla es poder ver el majestuoso Pico, aunque en verano las siempre presentes nubes no lo ponen nada fácil. Por último, destacar dos cosas de su capital, Horta. Por un lado, comprar pan, verdura y fruta local en los pequeños puestos del mercado. Los pepinos y el pan de trigo y maíz son exquisitos. Por otro, recomendar la playa de Porto Pim para un día soleado. En snorkel en uno de los brazos de la bahía es muy bueno, pudiéndose ver meros, peces loro, pulpos, y según dicen, hasta rayas.      

La zona volcánica de Capelhinos

La aldea de Comprido semienterrada

Lo de atrás es el terreno ganado después de la erupción

Pico imponente

En la Caldera



Paisaje duante varias rutas

A veces la cuesta cuesta



A Faial no le faltan miradores

En Porto Pim

Un mero

              Tras Faial hemos volado a la minúscula Corvo, que cuenta con tan solo una ciudad de unos cuatrocientos habitantes, lo que la convierte en la ciudad europea más pequeña de Europa. También es uno de los lugares más aislados y más salvajemente castigados por la erosión del viento y el mar. Raul Brandão describe a Corvo como una roca desgastada a merced de las olas y el viento. Razón no le falta. En invierno es frecuente que se queden aislados durante varias semanas porque el mal tiempo hace imposible los desplazamientos hasta otras islas. Sin embargo, este aislamiento y la fuerza de la erosión han hecho de Corvo un lugar hermoso, con una caldera entre nubes salpicada de islas y lagos que sin duda la convierte en la caldera más bonita que hemos visto. Caminar hasta su interior y rodearla es de obligado cumplimiento; eso sí, si la niebla lo permite.

              La mayoría de la gente viene para el día o a lo sumo se queda una o dos noches. Nosotros nos hemos quedado cinco porque nos encontramos muy a gusto en Corvo. Además, la playa tiene un snorkel muy bueno y fácilmente se ven meros, peces loro, doncellas, damiselas, gallinetas y como no, carabelas portuguesas. 




En la Caldera






La única ciudad de Corvo

¿Dónde está el gato?



No tan lejos de Castilla la Mancha






Carabela portuguesa

Pez loro

Gallineta

Tras Corvo llegamos a Flores en un pequeño ferri. Todo el mundo nos ha dicho que esta es la más bonita de las islas Azores, así que las expectativas están muy altas. La primera sensación no es muy optimista porque es algo más turística y quizás los pueblos no son tan auténticos. Sin embargo, unas horas después uno descubre el pequeño “paraíso” verde que es Flores. Al tener un relieve más accidentado, todos los miradores son una parada obligatoria para contemplar la alfombra verde que cubre la isla.  Además, la parte oeste está cuajada de cascadas y hasta en una de ellas, el Pozo del Bacalao, es posible bañarse. Es un sitio tan especial que no hemos dudado en repetir. Otra de las cosas que no se olvidan es la comida en el restaurante O Moreao en Santa Cruz. El pescado “boca negra” asado es de lo mejor que hemos comido hasta ahora. Como con la cascada, aquí también hemos repetido. 







El Pozo del Bacalao



Dora la exploradora



Por aquí para América

Tierra a la vista

Hasta hace no tanto aún cazaban cachalotes

La virgen zombie

La última isla a visitar en las Azores es Sao Miguel, su capital. Después de encontrarnos con pocos o casi ningún turista en las otras islas, nos ha sorprendido que haya tantos aquí. Además, la isla está muy “domesticada” y su capital Ponta Delgada, a pesar de su reducido tamaño, parece una gran ciudad europea con todo lo bueno y lo malo. Aun así, merece la pena visitar los dos lugares más populares: Furnas y Sete Cidades. La primera es una zona geotérmica con aguas termales y llena de bonitos jardines románticos del siglo XIX. La segunda es una caldera volcánica con varios lagos y una de las vistas más bellas de las Azores. Como con todos los sitios turísticos, madrugar un poco y hacer las rutas menos trilladas son las claves para disfrutar al máximo.    

Aquí termina nuestra primer parte del viaje. Ahora continuamos ruta hacia Bermudas y Miami.

Hasta la próxima entrada.





En Sete Cidades


La Casa Invertida

En los baños de Furnas

En este suelo se está cociendo...

... un buen cocido de Furnas



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